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Europa contempla con cierta preocupación como las previsiones económicas para los próximos años se están revisando cada vez más a la baja. En todo caso, este enfriamiento de la economía llega en un momento en el que el mercado europeo de la construcción goza de muy buena salud, con el indicador de confianza a la altura de 2007 e incluso con cifras de producción por encima de las de 2007 en nueve de los diecinueve países que aportan datos a Euroconstruct.
Si a esto le añadimos las habituales inercias propias de los procesos de construcción, el crecimiento no parece estar amenazado ni en 2018 (2,8%) ni en 2019 (2,0%). La previsión a medio plazo contempla una continuación de la tendencia positiva en 2020 (1,6%) y 2021 (1,3%) pero a ritmos inferiores a los de la economía y con relevos internos en los mercados que tiran del sector.
La economía española se resiente de la ralentización económica global y entra en una fase de menor crecimiento. Con el consumo y las exportaciones perdiendo tracción, y con los famosos “vientos de cola” extinguiéndose (precios del petróleo) o en vías de hacerlo (finalización del QE), ya no se puede seguir manteniendo el vigoroso ritmo de crecimiento del trienio 2015-17. La previsión contempla una desaceleración suave del PIB desde el 2,6% del 2018 al 2,0% del 2021.
Tras observar indicios de fatiga en bastantes indicadores económicos, cabe preguntarse si el sector construcción puede verse arrastrado. Obviamente, la construcción no es inmune al enfriamiento económico, pero hasta ahora apenas se percibe reacción alguna: el empleo en construcción continúa creciendo más que el resto de sectores, y mientras los índices de confianza del comercio y la industria se degradan en lo que llevamos de 2018, los de la construcción aún resisten.
El crecimiento a corto plazo parece no estar amenazado y hay suficiente cartera de proyectos para esperar avances de producción del 5,7% en 2018 y el 4,5% en 2019. El panorama a medio plazo es más incierto, puesto que para 2020-2021 ya no se contará con el efecto tractor de las elecciones municipales de 2019 y podrían haber quedado ya cubiertos los vacíos de oferta de vivienda que tanto han contribuido a sacar al sector de su letargo. En ausencia de otros nichos de mercado que tomen el relevo, el conjunto del sector se ralentizaría al 3% (2020) y al 1% (2021).
Si el sector construcción español lleva cuatro años en positivo es consecuencia principalmente de la recuperación de la edificación residencial. La demanda de vivienda no presenta por el momento síntomas de tocar techo y se espera que tanto 2018 como 2019 sean años de crecimiento robusto (11% y 8,5%, respectivamente).
Sin embargo, hay razones para desconfiar de que el mercado continúe creciendo a semejante ritmo, ignorando factores como la escalada de precios en las zonas de más demanda, y riesgos como el encarecimiento del crédito y el progresivo agotamiento del ciclo de oportunidad inversora. Tras el precedente de la década pasada, en el que el sector reaccionó muy tarde ante el cambio de signo del entorno, es complicado prever en qué momento puede llegar la inflexión, pero cuando menos podemos anticipar que el repliegue no debería ser traumático, puesto que en este episodio promotor las cantidades absolutas de nueva vivienda han sido extremadamente modestas. Como primer tanteo, planteamos un escenario en el que 2020 aún permanece en la zona positiva (3,5%) pero 2021 ya no (-3%).
El mercado no residencial también tiene motivos para seguir creciendo (su recuperación no se ha iniciado tan pronto como en la vivienda) pero también para sentirse amenazado (es más sensible al deterioro económico y menos proclive al riesgo). La previsión intenta conciliar ambos extremos, y
plantea un escenario de crecimiento cada vez menor (del 4% de 2018 al 2,5% de 2021) pero sin que se asome al descenso como la vivienda, teniendo en cuenta que hay nichos de mercado cuyo potencial aún no se ha agotado, como las oficinas y la logística. No está claro si los recientes anuncios de incremento de la fiscalidad a las empresas se materializarán y, en caso de que lo hagan, si tendrán un efecto disuasivo sobre la inversión.
El año 2019 marca un antes y un después para la ingeniería civil. Las elecciones municipales y autonómicas de la próxima primavera han proporcionado un alivio temporal a este subsector, evitando que el 2017 fuese un año perdido y favoreciendo que en 2018 se recuperase algo de producción.
El problema de los próximos años no es tan solo la recaída de la obra municipal, sino que la obra dependiente del gobierno central se ve comprometida por varios flancos. Por una parte, el precario equilibrio del presupuesto público podría ser la antesala de nuevos sacrificios de inversión en obra pública para poder cuadrar las cuentas. Además, sigue sin estar claro qué hará el Estado con las autopistas quebradas y con las autopistas cuyos contratos de concesión expirarán en breve; pero si acaba asumiendo su gestión, esto mermará su capacidad de inversión. Hay también incertidumbre sobre el desenlace del programa público-privado de construcción de carreteras (PIC), pero apostamos porque se perciban sus efectos en 2020 (3,5%) y 2021 (4,5%). Eso sí, antes habrá que superar un 2019 en clave de estancamiento (1,5%).